No sé ni cómo, ni cuándo ni dónde pasó todo, así sin más. Pasó como pasa el tiempo, como pasan las gaviotas buscando la primavera, como pasan los peatones en cualquier paso de cebras, como pasan los coches por la autopista de sueños: aleatoriamente. Pasaste tú, ese fue el motivo de mi despegue.
Entre birras y risas, saltaron las chispas necesarias para avivar nuestras llamas. Habían sido una larga ristra de nombres, culpables de desbancarnos en los asuntos del querer. No tenía ganas de volver a caer, pero disponías de mi tiempo. Ese era el mejor regalo que podía hacerte. Me presentabas tu sonrisa detrás de los botellines de cerveza como forma de vida, y claro, así cualquiera se resiste.
En las noches brillabas más que cualquier estrella, el vaivén de tus piernas anunciaba un nuevo baile en tus caderas, tu sonrisa divisaba mis labios, tus brazos arropaban mis desencuentros, tus besos recomponían mis sentimientos. Y tú, tú estabas tan bonita... Joder. Y es que desde que tengo tus ojos como luz, ya no temo a los fantasmas.